PRUDENCIA- Mariana Bucheli Morera
- STEFANNY SANTA BEJARANO
- 4 ago 2020
- 3 Min. de lectura
-¿Te sientes preparada?
-No sé…- titubeé- pero ya quiero hacerlo.
-Bueno. Acuérdese: equilibrio, mirando hacia adelante, y sintiéndose como un pájaro- dicho esto, se sentó en una banca; se sentía sensible, como queriendo analizar y disfrutar uno de los últimos días primaverales en la patria ajena.
-Ok- suspiré.
El calor del sol me azotaba, y mi vista era consentida por el azul profundo del cielo y los frondosos árboles. El ancho andén central estaba poblado de gente: algunos corrían, trotaban o caminaban; otros comían churros o venían de comer de Los Arcos; y claro, no faltaban los ciclistas, patinadores y artistas callejeros… Tanto expertos como polluelos. Yo entraba perfectamente en la última categoría.
-¿Será que voy para allá?- le pregunté, sin darme cuenta de que se había ido.
-¡Ni lo pienses! Allá hay un bache, no te acerques. Mira lo que nos pasó.
Buscando el sonido, me encontré conmigo, igual de alta, con el pelo y los ojos igual de oscuros, y con idéntico outfit. Tenía barro en las rodillas y raspones en las piernas y los brazos. Hice una mueca de sorpresa.
-¿Cuál bache?
La clon lo señaló, como diciendo, ¡está frente tuyo! Al fin lo pude ver, mas estaba segura de que el bache no estaba ahí desde un principio.
-Bueno… Avanzaré recto.
-No te lo recomiendo- saltó otra clon, con el cuerpo sacudido de los nervios, la cara hinchada por las lágrimas, y mirando hacia atrás constantemente.
-Dejen la bobada- me quejé y empujé mi pie hacia atrás para impulsarme.
El espectro me agarró del hombro.
-¿No ves la mujer que trota? Va en nuestra misma dirección- la chica en cuestión, como si le hubiesen gritado, se ladeó hacia la izquierda, donde estábamos nosotras- Su hermana estaba con ella, nos atravesamos en su camino sin querer, y ahora no para de agarrarse el pie y putear-
-¡Nada de grosería, que está Amparo allá!- reproché, haciéndome la fuerte. Los testimonios de las clones ya me estaban asustando- Ya me dio calor, voy a buscar la sombra mientras doy toda la vuelta.
-¡No! Mirá que yo estuve caminando por ahí, y vi unos señores extraños.
Y vuelve y juega. Otra Mariana, con la ropa sucia y rasgada, y unas mordazas flojas en los brazos y la boca. Le escuché decir algo tipo: “¡dejen de cantar con esa guitarrita y actúen sospechosos!”
-¿Y pa’ dónde se la llevaron o qué?- le miré de reojo.
-Por allá, en La Boca, pero llegaron los gendarmes y me salvé de ser parte de una red de trata de personas.
Abrí los ojos con incredulidad. Estaba dudando en hacerlo. Mis manos pálidas agarraban el manubrio. Pero respiré hondo, como queriendo apartar a los tres lamentos.
-¿Por qué no nos escuchas y obedeces? No lo hagas- me impidieron las tres, cual coro griego.
- Ya les escuché, ¡eh!- me urgía vaciar la adrenalina e incertidumbre de mi cuerpo- Gracias por darme el ejemplo de lo que no se debe hacer.
-¡Mariana, la estoy filmando! ¡En cuarenta minutos hay que devolver la cicla!- me afanó mi abuela, asustando a las clones, quienes se vieron atrapadas con las manos en la masa. Ahora eran una mota de cemento, camuflada con la onda primaveral y cosmopolita de los Bosques de Palermo.
Me impulsé, pedaleé con emoción, y fui serpenteando entre la gente. Montar en bici: ¡hice otra de las cosas que debía hacer antes de morir! Pronto, recuperé el equilibrio y dejé que el viento me hiciese cosquillas en la cara.
Fui fresca, pero cautelosa, como haciendo lo que las Marianas querían lograr desde un principio. Todo mientras esas imprudentes se devolvían al hospital, al centro de primeros auxilios, o al sótano abandonado del barrio del tango.




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